martes, 31 de mayo de 2016

El pequeño Quique

Era una noche de luna llena, una luna cuya luz se filtraba por la ventana de la habitación. De no ser por ello, la casa estaría inmersa en la oscuridad cuando el pequeño Quique despertó aquella madrugada con unas enormes ganas de ir al baño. Todos estaban dormidos, pensó el niño, pero podía despertarlos con un grito. Sin embargo, no gritaría, con cinco años se sabía lo suficientemente mayor para ir solito al baño.
Sus pequeños pies descalzos no hicieron ningún ruido al pisar el suelo. Caminó hasta la puerta de su habitación, cruzó el pasillo a prisas y llegó al cuarto de baño. Tras orinar, se limpió como mamá le había enseñado, tal como le repetía todos los días. Volvió sobre sus pasos, se detuvo en la puerta del baño y observó la oscuridad del pasillo, allí no había ventanas que permitieran el paso al brillo de la luna. El silencio lo asustaba ante aquella oscuridad, no se escuchaban los ronquidos de papá, ni tampoco los sonidos que tanto escuchaba durante el día, procedentes del móvil de su hermana. Retomó su camino con miedo, y sólo tras ver una extraña sombra apuró sus pasos hasta llegar a la habitación. Subió a la cama tan rápido como le fue posible y gateó hasta su almohada. Con su manta de ositos estampados, se tapó hasta la cabeza, y acurrucado abrazó a su gran amigo, su peluche. Ahora se sentía a salvo y también orgulloso, había ido solito al baño y ya podía volver a dormirse tranquilo.
A corta edad empezaba Quique a afrontar su miedo a la oscuridad. En algunos años más, aprendería que ocultar la cabeza bajo las mantas no solucionaría ningún problema.




Antonia Alemán (21 de agosto de 2015)

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