miércoles, 3 de julio de 2019

Fragmento de 'Las chicas del sótano'.


Y, estando en aquel maldito sótano, me pregunté muchas veces si mi familia estaría mejor sin mí. Sabía que me querían, mis padres siempre me habían demostrado su amor por mí y se habían desvivido por darme lo que necesitaba, igual que habían hecho con mi hermano. No tenía dudas de que me habían querido. Pero sabía que yo les había provocado numerosos dolores de cabeza y, quizá por ello, llegué a la conclusión de que merecían una hija mejor que yo.

Seguía considerando que yo, al igual que las otras chicas, valía mucho para estar en aquella triste vida, que no era vida, pero empecé a sentir que valía menos de lo que podía esperar mi familia de mí. Me avergonzaba de ser una de las chicas del sótano, incluso si no había sido por decisión propia, y deseaba, con toda el alma, que mis padres y Andrés nunca supieran lo que yo estaba haciendo. Esperaba que nunca nadie supiera en qué me había convertido, en qué me habían obligado a convertirme. Alfredo Medina y su amigo Saavedra habían arruinado mi vida. Aunque, en realidad, ya no era mía.

#LasChicasDelSótano 📘
#AntoniaAlemán #Arah #ArahGalVic ✍🏼

jueves, 28 de febrero de 2019

Fragmento de ‘Mi puzle sin piezas’ (del capítulo uno).

Abrí los ojos y tenía el cielo sobre mí. Permanecí completamente quieta, sin ni siquiera pensar en la posibilidad de levantarme. Puede que mi cuerpo no atendiese a estímulos en aquel instante, o que mi cerebro no fuera capaz de enviar órdenes. Mis ojos volvieron a cerrarse y a abrirse dos o tres veces más; intentaba mantenerlos abiertos, pero sentía los párpados pesados.
Aún sin levantarme, escuché ruidos no muy alejados, pero no distinguía los sonidos. Todo me resultaba confuso.
Como si recuperase la movilidad repentinamente, me incorporé y observé a mi alrededor. Me encontraba en un callejón, entre dos grandes contenedores de basura. No reconocía el lugar, pero no me preocupé mucho de ello al sentir fuertes dolores en la cabeza, el cuello, el vientre, las piernas y uno de los brazos. Fue entonces cuando me miré y me percaté de cómo estaba mi ropa.
No comprendía qué ocurría. Y una extraña sensación de miedo me invadía.
Me levanté como pude e inicié mis pasos. Un gato echó a correr al sentirme cerca; me sobresalté y lo miré como si fuera la primera vez que veía un animal como aquel. Y, en realidad, creí que era la primera.
Mis pasos eran lentos, casi arrastraba los pies. Me guiaba por los ruidos, que llegaban cada vez con más fuerza a mis oídos. Estaba acercándome, aunque no supiera a dónde.